Segunda Sesión
Así fue que me reconocí como escritor...
HISTORIAS DE UN ESCRITOR
IsraelMR
7/31/20233 min read
Si tuviera un publicista, seguro que ya me habría marcado para decirme cortésmente: “güey, no manches, la página es para que la ocupes…” No sé si es por fortuna o desafortunadamente, pero no cuento con un publicista y eso me ahorra vivir esa situación. El problema llegó después de identificar que nadie me molestaría con esas cosas…
Les platico…
Desde que formalmente estuvo publicada esta página de ArtArte.Art pasé por una innumerable cantidad de páginas web relacionadas con "Blogs de Escritores". Quiero pensar que era algo obvio para cualquiera que se inicia en este mundo. En general todas terminaban por recomendar "mantener una escritura ágil con contenido de interés y con un enfoque basado en el lector”. Dije “Ok... a ver, vamos a hacer caso…” y cuál ha sido mi sorpresa que, en cuanto intente comenzar, me he quedado mudo; o como quiera que se le llame al no tener palabras para escribir. Y es que, cuando escribo pienso en mis personajes, las historias, el contexto y todo eso que planeo desenmarañar a través de la creación literaria. Siendo franco, ni siquiera pienso en mí; mucho menos en si será de interés para el lector. Me disculpo de antemano pero así es...
Menudo problema en el que me descubrí…
Seguramente si este texto fuera una simple continuación del anterior, aquel individuo tímido simplemente habría pretendido callar durante toda la terapia. Ya me lo puedo imaginar escondiéndose atrás de un lápiz para evitar su existencia a toda costa. Pero, en realidad creo que la timidez no es precisamente mi característica, así que aquí estoy de nuevo…
Se que, a pesar de mi presentación anterior, aún están comenzando a conocerme y en esta ocasión les pienso platicar cómo es que he llegado hasta aquí.
Desarrollar una historia es algo complejo, pero eso no lo supe hasta que comencé a escribir la primera. Pero ¿Cómo sucedió?
Inicialmente un cuentito aquí y un intento de novela inconclusa allá, fueron los esfuerzos más formales que tuve; debo aceptar que no muy buenos esfuerzos. Me sentaba con una idea en la cabeza que tomaba sentido, o por lo menos yo creía que tomaba sentido, a través de las letras. Ahí, aún nada parecía más que un simple hobbie. Innumerables textos se fueron coleccionando en folders. Porque necesitan saber que, para mi placer, todo o casi todo lo escribo a mano y luego lo transcribo. Así hojas y hojas se fueron convirtiendo en torres increíbles de Jenga. Ya para ese momento, encontrar un escrito para usarlo se convertía en un reto en el que desfallecí más de una ocasión y aún no comenzaba nada que pudiéramos llamar “formal”. En realidad, no había más que un placer extraño para completar mis horas de ocio.
Debo reconocer que, hasta ese momento todo iba bien. Pero un día pasó un algo más que, creo, lo cambió todo.
Suelo escribir en un café. Generalmente me siento por algún tiempo y escribo. Obviamente cuando llegué ahí al principio, mi comportamiento les resultó extraño a todos, pero con el paso del tiempo me han tomado cariño; bastante más del que podía haber imaginado. Pero, regresemos a la historia…
Había estado escribiendo desde hacía algunos meses. En general eran reflexiones que, actualmente ocupo como el fundamento para la mayoría de los textos. Supongo que podría denominarlos “La Filosofía atrás de…” El caso es que, para esa ocasión, elegí pasar cada uno de los textos para agruparlos en un libro. Así, tomé mis hojas, las acomodé, las leí, las arreglé varias veces y comencé a pasar cada palabra a la computadora. Esa actividad generalmente me lleva un par de días y en aquella ocasión no fue la excepción.
Debido a que me la pasaba escribiendo por mucho tiempo, los trabajadores del café comenzaron a llamarme “El escritor”, cosa que llamaba mi atención y, en realidad, me daba un poco de vergüenza. Si resultábamos quisquillosos, para mí no era más que un hobbie…
Un día de esos me encontraba con todas mis hojas alborotadas en una mesa junto con mi computadora, un café y un cigarro y llegó un chavito; un niño de, aproximadamente, unos 9 o 10 años.
- ¿Usted es un escritor?
Y pues no lo era, pero sí escribía; pero al mismo tiempo no lo era, o no lo sabía; pero quién era yo para destruir el anhelo del niño que esperaba saludar a un escritor. Terminé por contestar afirmativamente y bla bla bla…
Aquella pregunta se mantuvo en mi cabeza por un tiempo hasta que descubrí que: “Formalmente un escritor es aquel que escribe”. Incluso si uno revisa el RAE, la primera definición de un escritor dice eso, e incluso la segunda. Aquel niño aún no lo sabe, pero él le puso el nombre correcto a esto que hago.
Después de aquel día escribí una historia sobre ese niño y el evento, y de ahí desarrollé un libro, uno primero en el que un “Escritor” se sienta con seres inimaginables en un café de paso. De ese mundo el niño fue real…